Otro año más para adornar calendarios y correspondencia no enviada. Otro año que se vuelve historia al sonido de doce campanadas, o disparos, o con la cuenta regresiva de una pantalla incandescente que grita en un idioma que no es el tuyo. Otro año que nace de las cenizas de unos 365 días cuyo único propósito aparente fue ser la antesala a todo lo bueno que este año nos espera, porque sí, porque me lo merezco, porque me da la gana, porque trabajaré por ello, porque según los Mayas es el fin del mundo, porque me toca, porque no tengo nada mejor que hacer. Aunque esté hablando de esto un mes tarde.
Quizás esa devoción que nos devora por hacernos promesas a nosotros mismos sea la chispa necesaria para despertar del estupor del tiempo perdido, quizás sea el fatalismo de la supervivencia, quizás es que queremos decorar nuestra vida con falsa introspección. Y nos devanamos los sesos en juicios y prejuicios, en la criba de cosas que se esperan de nosotros y las que esperamos nosotros de nosotros mismos y los demás, en insistir en encender sentimientos bonitos en la persona que te usa por divertimento, en cumplir metas imposibles con la determinación de querer volar sin alas. Probablemente sea que nuestra mente tiene ínfulas maquiavélicas que florecen en los días de diciembre y poco a poco se ahogan con los vientos de enero. Lo cierto es que este escrito es un despropósito en sí mismo porque quería aparecer con el despertar del año nuevo, pero se quedó sin fuerzas y sin ganas, sólo para ver la luz tarde. Un mes más tarde.
¿O es el despropósito lo que precisamente nos mueve? ¿El empujón necesario para abordar la incertidumbre con el pecho hinchado y a prueba de balas? La retórica sigue siendo la única constante de esas doce campanadas, hoy treinta días lejanas. Un eco que reverbera en el baile de las agujas del reloj, en los pasos que nos mueven del reposo a la acción, en el latido de un corazón que busca un hogar ajeno para descansar. Hoy que se duda hasta de la infalibilidad de la leyes de la física, hoy que le gritamos a los cuatro vientos cualquier nimiedad, hoy que no sabemos nada pero conocemos todo. Hoy, aunque sea un mes tarde.