Finalmente encontré lo que buscaba. No. Finalmente encontré una de las muchas cosas que estoy buscando. Mejor así. Afirmar que una búsqueda termina son palabras demasiado definitivas. Las búsquedas nunca terminan. Al menos nunca he podido sentirme satisfecho con los resultados de las mías. Sobre todo últimamente. Pero de vez en cuando algo se me atraviesa en el camino que ayuda a tachar algo de la interminable lista de deseos. Algo que aparece para recordarme tramas de historias inconclusas, que una vez traté de unir desesperadamente a mi vida o que se iban sedimentando a mi alrededor sin encontrar resistencia de mi parte. La lista, por otro lado, es hoy es más aspiración que tarea pendiente.
El marco estaba allí descansando, entre dos contenedores de basura. Puesto cuidadosamente, quizá con la esperanza de que encontrase un hogar adoptivo que le diera nueva vida. Tal vez estaba esperándome, pero eso no lo sabré hasta que tenga la habilidad de hablar con la madera. El marco huérfano, sin lienzo al cual proteger y enmarcar, pero entero, completo, y lleno de todas las buenas intenciones del reciclaje. Un par de sillas malogradas le hacían compañía, tal vez de otro dueño que buscaba también vida nueva para sus muebles abnegados. El estilo y estado de las sillas cuenta una historia a la que decidí no prestar atención al concentrar mis energías en el marco vacío. Las aparté para otro transeúnte, para otro decorador espontáneo.
Comenzaron las posibilidades al hacerme con el marco, al pesarlo y medirlo con la mirada, al comprobar su solidez. Empecé la inspección disimulada de alguien que no quiere ser visto en la calle hurgando entre la basura, o siquiera tocando algo cerca de la basura, pero que renuentemente acepta su destino de descubridor, de colonizador de un objeto útil y con toda una vida nueva por delante. Me aparté de la escena del crimen, marco en mano, primera inspección realizada. Se merecía un segundo examen lejos del olor de los contenedores de basura y las dos sillas tristes y ahora olvidadas.
Los problemas empezaron cuando, liberado del imaginario escarnio público, comprendí que no tenía inquilinos para el marco. El inconveniente de tener una lista eterna de cosas pendientes es que el orden de importancia se pierde en el tiempo. Sabía que necesitaba (quería) un marco (cuatro listones de madera hubiesen bastado) para un cuadro (cualquier cosa entre una postal y un lienzo) y que combinara con mi sala (estuviera completo y medianamente limpio). Tenía el marco frente a mí, pero ¿dónde estaban las diez postales, tres pósters, dos serigrafías o la acuarela que necesitaba para justificar semejante marco en mi sala? Porque era inmenso, ahora que lo medía de nuevo, era particularmente grande como para llenarlo con cualquier cosa. Ocupaba dos tercios de mi cuerpo. Podría hacer un retrato tamaño natural de mi sobrino o de mi tercera novia, lo que era innecesario y de mal gusto.
Seguí haciendo un repaso de mi inventario de material gráfico y baratijas, buscando la solución al vacío del marco. Mi piso es muy pequeño para tener un marco ocioso descansando en un rincón. Si quería adoptarlo debía ofrecerle algo más que polvo y poca luz. Revisé en mi cabeza tres o cuatro opciones de collage con postales que nunca envié y pósters guardados de revistas viejas. Ninguna opción era satisfactoria, ni para mí ni para el marco, que estaba a punto de bautizar Marco, ya que estaba en plan filosófico pensando en qué era lo mejor para él y para mí. Luego pensé en comprar un cuadro, de arte abstracto preferiblemente, o incluso encargárselo a un amigo pintor, hecho a la medida, como un traje de sastrería. Me encanta apoyar a mis amigos pero un cálculo superficial, basado en mi último estado de cuenta, dejaba claro lo absurdo de este camino. Tal vez la solución era aprovechar ese vacío para explorar mis inquietudes artísticas. Tenía años sin usar un pincel y pinturas al óleo, y la acuarela era una técnica que cada vez más se iba ganando un espacio en mis gustos. Saqué otra cuenta, esta vez incluyendo al tiempo, que hoy en día es a veces más escaso que el dinero. Otra derrota para el arte. Los recursos no renovables ganan de nuevo la batalla contra el vacío de Marco —el marco bautizado.
El análisis ya me había tomado más minutos de lo necesario y yo simplemente había salido de mi casa para tomarme un café. No estaba preparado para el interrogatorio al que me sometía el marco desnudo. Mi cabeza ya se encargaba de recordarme la necesidad de cafeína, pero yo no quería soltar al marco. Ya había un nexo emocional, una inversión sentimental que crecía con cada solución pensada para su vacío. Aunque cada solución venía acompañada de su negativa personalizada. Todas las opciones nacían derrotadas y el tiempo y la falta de cafeína me estaban derrotando a mí.
Mejor no. Mejor no. Mejor devuelvo esta casualidad a su lugar. El marco me está creando más problemas de los que está solucionando. Pero no es su culpa. No sé las razones por las que su dueño anterior se quiso deshacer de él, pero estoy seguro que no es su culpa. Marco sería incapaz. Quizá el café me ayude a encontrar la solución que nos haga felices a los dos. No me lo quiero llevar con falsos pretextos, no puedo hacerle eso. No puedo hacerme eso.
De regreso busco a Marco con la mirada. El café me regaló la lucidez necesaria para intentar otro round de soluciones para su vacío. Pero vi que consiguió pretendiente rápidamente, ya esta en brazos de su nuevo dueño. No puedo hacer más nada por él. Espero que Marco sea feliz. Espero que en su hogar adoptivo le den la nueva vida que le prometí y no le pude dar. Es el tamaño perfecto para un retrato a escala natural de un sobrino o una mujer pequeña, como mi tercera novia.