3. Uno que sea un placer culposo.
El criterio que uso para acercarme a ciertos libros muchas veces es cinematográfico. Hay libros que distraen y entretienen, otros que hacen reír, algunos para reflexionar, muchos que leemos porque tenemos que leerlos, en fin, un poco como las películas. Un domingo a las 5:00 PM con una resaca de un par de cojones no quieres ver una película de Lars Von Trier, quieres ver una con Jim Carrey o la última de Michael Bay, quieres guardar el cerebro en una cajita por un par de horas y simplemente existir, comer cotufas y tomar cocacola. Y a veces se necesitan libros para anestesiar el cerebro, y dejarse llevar por páginas que pareciera tuviesen pega en las esquinas y no puedes soltar.
“Ángeles y demonios” fue uno de esos libros. La parte de placer culposo viene cuando disfrutas mucho un libro que va en contra de tus ideales literarios. Cuando el éxito de la historia importa mucho más que las palabras usadas para contarla, cuando crearte adicción por el siguiente capitulo es la única razón de ser del capítulo que ya te leíste, cuando le practicas eutanasia a tu imaginación porque el autor te lo pide desde la primera línea al darte todo masticado, un bolo alimenticio de intrigas y lugares comunes. Pero todo esto no es malo, al menos no es una crítica desde mi punto de vista, a veces eso es justo lo que necesitamos, abstraernos de la realidad e inventarnos una película. Mi película favorita es “Las Invasiones Bárbaras” pero también he visto “¿Dónde está el policía, parte 33 y ¾” al menos quince veces, sólo que no lo voy a estar publicando por ahí, o sí.
Para leer en fin de semana y con un kilo de cotufas a la mano.