Entrega 3
O de cómo nuestra heroína vive el último capítulo de su historia (escrita).
“No se puede subestimar el poder de la resignación. La fuerza invisible que pulsa nuestras cuerdas siempre sucumbe irreductible ante una derrota escogida, y hoy decidiste esperar de rodillas por aquellas balas”. Le decía una conocida en tono solemne después de que Clementina decidió confesarle que estaba pensando irse de una vez por todas. Se sentía como un personaje acartonado de Paulo Coelho, una excusa de historia para recibir parábolas de aliento baratas y formulistas. “No puedo creer que esta mujer repita ese tipo de estupideces, y más conmigo, me habrá visto cuatro veces a lo largo de un año, ya recuerdo porqué no contestaba sus llamadas, pobre pendeja que tiene que recurrir a un libro malo para tomar decisiones, asume tu barranco mamita, no hay derecho, por eso el mundo está como está, por falta de cojones”. Casi se descarrila el tren de sus pensamientos de odio repentino hacia su interlocutora cuando el café, ya frío por el viento de diciembre, la saca del trance. Accedió al encuentro para orquestar una especie de ensayo de discurso de despedida para sus amigos, en caso de requerirlo, necesitaba probar su manifiesto ante otro ser vivo, ya las paredes de su ducha habían oído suficiente.
Los cabos sueltos se iban desprendiendo definitivamente del muelle que construyó Clementina para anclar su tranquilidad. Su rollo con Manel se había complicado más de lo necesario, no quería perder su poco tiempo en estas tierras negociando un pacto de Destrucción Mutua Asegurada, no valía la pena el estigma, no quería ser la responsable de daños a terceros, bastó solamente un: Adiós muchacho. El piso era otro tema de cuidado, lo quería como a un hijo, le había dedicado lo mejor de su gusto y su bolsillo, era su orgullo y santuario, el único que la comprendía y no la juzgaba por quedarse un viernes en pijamas comiendo helado y rollos de canela sumergida en un libro o película cursi. Lástima que fuese un objeto inanimado y que a su regreso al tercer mundo no pudiese hacerlo aparecer mágicamente en la locación de su escogencia. Un anuncio con varias fotos bastante sugerentes bastarían para lograr filas de interesados, una cosa menos en la qué preocuparse.
Pensándolo bien, en frío, volver a casa tampoco era tan grave, su calidad de vida mejoraría exponencialmente, al menos en el departamento nutricional, de transporte y espacio vital. Sin embargo estaba plenamente conciente de todo lo que no iba a poder hacer. No le quedaba más remedio que reír al conversar con su madre y enterarse de que a su regreso tendría un trabajo seguro, coche nuevo, un par de pretendientes sin desviaciones sexuales, varias invitaciones a las mejores fiestas y comida casera. “Pero cero presión hija, la decisión está en tus manos”. Le estaba aplicando a Clementina las mejores técnicas de psicoterror maternal, tratar de convencerla de que ella necesitaba lo que su madre quería que hiciera. Y ya estaba funcionando, no porque Clementina se dejase llevar por las propuestas indecentes de su progenitora, sino que realmente veía del otro lado del charco la paz que hoy no tiene, a pesar de que aquél lado del mundo esté al borde del abismo.
Volver no era un acto de cobardía, era salir de la tumba de la incertidumbre.
La pieza que le terminó de trancar la partida de dominó llegó después de su encuentro vespertino con la repetidora del evangelio de la autoayuda. Como lo temía, o mejor dicho, como lo esperaba, recibió respuesta negativa de la oferta de trabajo donde depositó sin querer queriendo lo que quedaba de su esperanza, cual personaje de video juegos que guarda sólo un potecito de poción vital para enfrentarse al malo del último mundo. Clementina era Link tratando desesperadamente de rescatar a la princesa Zelda de las manos de la migración involuntaria. Fracasó en el intento y no le quedaban continues en el juego.
«Decisión tomada, india comida, india ida. Me voy pal’ carajo» decía un mensaje de texto que agarró desprevenidos a su más íntimo círculo de amigos, su ring of trust. «Se acabó lo que se daba, no te pongas medias que la foto es tipo carnet, y se me acabaron los eufemismos para decir que en dos semanas estoy montada en un avión. Tenemos 360 horas para volvernos mierda y celebrar mi partida. No inventen cursilerías o los mato. Un beso.»
Bueno… al menos se te lee. estas perdido, a ver cuando nos reunimos a hablar de Clementina y continuar sus historias desde el "carajo" (donde esta en este momento!)un beso. Di
Nooooo!!!! Saul como haces esto…. Siento que en un año voy a ser Clementina… (Versión Masculina en USA).Tenia esperanza de que lo lograra.Superb as Usual.
Saul, me desviaste el hilo de la historia. Ni siquiera dijiste si los de entrevista la llamaron…es obvio que no, pero esperaba que recibiera la llamada en el aeropuerto -cual película gringa- y todos a su alrededor empezaran a aplaudir. Clementina arrugona.