Oswaldo con «W»

2013-06-02 19.11.09-1 2

Revisando las fotos que he recopilado para el blog me topé con una imagen que, quizás por su aura vieja y triste, me recuerda a mi abuelo. Mi abuelo que murió hace menos de una semana y por el cual mi segundo nombre es Oswaldo. Oswaldo con “W”.

No puedo decir que tuve esa relación mágica con mi abuelo que tantos amigos se han jactado de tener alguna vez. Aquél abuelo superhéroe, leyenda en vida por hazañas laborales, sociales, militares o políticas. El abuelo alma de la fiesta, que es invitado a cualquier excusa de reunión porque es imprescindible para pasarla bien. O el abuelo temible, que llegaba repartiendo leyes y disciplina con voz profunda y mirada dura. Mi abuelo era más bien un tipo normal. Un tipo de a pie, reservado, sencillo y un poco, sólo un poco, excéntrico. Pero esa excentricidad le daba un toque de misticismo, indudablemente.

Nunca sabré con certeza por qué fue un hombre de pocas palabras. En sus últimos años indudablemente esto era producto de la edad y la disminución de las facultades, pero por qué antes hablaba poco nunca lo entenderé. Las razones seguramente podrían ser utilizadas para hacer un estudio de personaje para una obra de Chéjov o de Kafka. Siempre he imaginado a mi abuelo como el perfecto protagonista de una historia de uno de esos escritores, con sus rasgos europeos, su altura, su tez blanca y colorada por el sol inclemente de Barinas y su vestimenta siempre igual: una guayabera de color claro, pantalón gris, zapatos de cuero oscuro. Su mirada era inescrutable, y podía ahogarse en la melancolía como podía escudarse en la resignación del silencio sin dar muchas pistas de su estado de ánimo, al menos para mis ojos, que lo vieron alguna vez como un gigante y la última vez como una frágil personita, más pasado que presente. Siempre tuvo esa cualidad pintoresca de los personajes eslavos, e imaginarlo caminando por una calle de San Petersburgo o Praga no era muy difícil. Y como le encantaba eso: caminar. Caminar todos los días como buscando un propósito, como buscando una excusa para no ser un personaje de Chéjov o Kafka y volver a su despacho, lleno de tantas historias diferentes, como queriendo esconder la suya. Todo bajo la mirada de su santísima trinidad atea: Bolívar —el que nos sacó de la barbarie—, Pérez Jiménez —el único presidente que ha servido en este país— y Beethoven —el mejor compositor que existió—.

Ese despacho mereció un estudio forense en su momento de mayor esplendor. La capacidad de mi abuelo de convertir cualquier cosa en un objeto de colección hacía de su despacho un selva de intereses eclécticos y aparentemente disparejos. Radio afición, historia de la Segunda Guerra Mundial, estadística deportiva, propaganda política de la última dictadura, vinilos de música clásica, correspondencia pública y privada de varios miembros de la familia, documentos de estudio de la genealogía del apellido Blonval, fotos con anécdotas de Barinas, periódicos de fechas que él estimaba importantes, y otra infinidad innombrable de cachivaches inclasificables. Hoy sólo queda el espacio vacío de aquella colección de ideas y medios caminos. El tiempo le quitó las ganas de luchar contra su hijo menor y sus ganas de limpiar la casa de cosas “inútiles”. Es ahí que veo a mi abuelo más creación de Kafka y Chéjov que nunca. Luchando contra un tiempo que se le quedó grande o corto, nunca lo sabré. Viendo a través de unas gafas muy grandes, no muy diferentes a las que llevo actualmente, hacia un horizonte que sólo él sabía ubicar con brújulas de historias incompletas.

Tantas cosas he incorporado a mi vida donde hay una huella suya que va a ser difícil que lo olvide nunca. Mi letra molde al escribir, mi predilección por Herbert von Karajan y la filarmónica de Berlín para oír las obras de Beethoven, mi pasión por lo histórico, mis ganas de coleccionarlo y catalogarlo todo, mis gafas grandes y cuadradas que vinieron a ser un homenaje inconsciente a las que siempre usó él. Tantas cosas que se imprimieron en mi alma, en mi identidad, tanta responsabilidad que tuvo al ser mi único abuelo, el otro —el paternal—, se beneficia de la nostalgia y la memoria selectiva de los que partieron trágicamente y antes de tiempo. Oswaldo dejó esta tierra con su historia continuada en muchas personas que llevan su sangre y sus ganas en las venas. Además, su nombre forma parte del mío hasta el día que termine mi historia en esta tierra, eso es difícil de olvidar. Oswaldo con “W”.

3 comentarios en “Oswaldo con «W»

  1. muy lindo, rojas.
    yo aquí en praga guardo las últimas gafas que usara mi abuelo en vida.
    la foto del post, me recordó a una secuencia de una película maravillosa que se llama «cleo de 5 a 7» …

    ¡abrazo!
    ; )

  2. Uno de tus mejores escritos de estos últimos. … tiene sentimiento y cercanía, tiene algo con el cual cada uno de tus lectores puede identificarse. Love it

    Qué lindo homenaje a tu abuelo

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