La cacería

La cacería

Hay una hora del día que nos desnuda; que nos revela. Donde la luz de la tarde va perdiendo vida para mostrarnos ante los otros como pinceladas, más idea que sujeto. A esa hora desparecen nuestras pecas, las canas, la miopía, el sudor, la ropa fuera de temporada, el bronceado y el tiempo del reloj. El relevo de luz nos convierte en sombras, en movimientos, en sonidos, en ganas. Ganas que sacaron a los primeros hombres de la cavernas y lo hicieron contemplar los cielos. Ganas que nos armaron con palos y piedras y nos enseñaron a buscar en vez de toparnos con lo que nos corresponde.

Esa hora fugitiva de las agendas, los horarios y los compromisos nos regala libertad a cambio de honestidad, a cambio de la valentía de entregarnos a las ganas. Para entrar a la noche por la puerta grande, por una puerta que todo lo acepta, que todo lo ve. Sientes como los últimos rayos de sol empiezan a secuestrar tus dudas, tus inseguridades, tu realidad. El tiempo se escurre con parsimonia en el reloj que ya no puedes ver porque también es prófugo de esta hora contundente. El tiempo huye de ti. Tú huyes del tiempo. La luz se va con tu tiempo y eres todo ganas; todo idea. Atrás queda el trabajo que odias, la soledad de tus cuatro paredes, las llamadas perdidas, las conversaciones inútiles, el silencio de las esperas, el calor del verano, el transporte público y los pasaportes, la vida detrás de un pixel y una conexión inalámbrica. Te adentras en la ausencia de luz y entiendes tu naturaleza primitiva, entiendes la necesidad de los superhéroes, entiendes la furia del primer hombre, su miedo, sus ganas. Entiendes que esta hora de realismo mágico te puso en primera fila para que conocieras el mundo, tu mundo. Aunque se te olvide mañana, aunque al escribirlo pierda el sentido y se convierta en una anécdota vacía. Entiendes que el punto sea quizás no entender nada y simplemente dejarte tragar por la oscuridad del día que muere y la noche que da a luz sin luz. Entiendes que tú también debes armarte de palos y piedras para derrotar a la fiera que intenta dominarte. Porque tú eres hombre y el hombre domina a las bestias. Y en una hora igual a esta, cuando el tiempo era aún joven, un hombre entendió, y erguido en un corcel defendió a la primera idea, su primera idea, de la ignorancia de una bestia salvaje. Y con la muerte de la luz, nació su lucidez.

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