Del azar y otros demonios.

Siempre me he negado rotundamente a empezar un escrito con la frase “La vida está llena de…”, pero a veces no queda otra opción que asumir el cliché y decirlo a viva voz. El cliché es cliché porque funciona, porque todos lo entendemos. Diciendo esto al menos gano cinco líneas y no comienzo del todo con la muy esquivada oración.

La vida esta llena de carros, cosas y casas, de todo y nada, de gente penitente y renuente, de momentos obesos y adversos, y unas más que otras, de azar. No pretendo explayarme con un tratado sobre las coincidencias y como sus hilos de titiritero nos dibujan la existencia sin pedirnos permiso, pero si de cómo éste duendecillo cínico me hizo un visita que me volteó el cerebro.

Con noches insomnes como las mías se ha convertido en un arte buscar algo que hacer para huir de la rutina del trabajo, aunque sea por un momento, sólo el tiempo suficiente para olvidarlo todo y no llegar a odiar con toda mi alma lo que estoy haciendo. Unos lo llaman procrastinar (Del lat. Procrastinare: 1. Tr. Diferir, aplazar.) yo simplemente asumo el barranco de que tengo la capacidad de concentración de un niño en una tienda de juguetes en navidad y si no paro la obligación de cuando en vez no hay cafeína, nicotina o cualquier ina que valga para hacerme terminar lo pautado. Mal o bien siempre lo logro, a costa de la correcta sinapsis de mis neuronas y el horario del día siguiente, pero lo logro.

Si no me da por lavar platos a las tres de la mañana, reconectar con viejos amigos por facebook, tratar de componer una canción o ver una de las veinte series que veo semanalmente entonces recurro al azar, mejor dicho, a un botón en mi navegador de Internet que es el azar en pasta. Con sólo pulsarlo caigo en una página aleatoria, determinada por una serie de temas previamente escogidos, en mi caso son: diseño, literatura, cómics, arquitectura y humor.

Stumbleupon se llama el pequeño demonio y lo pulsé con temor a que me embarcara en un viaje de tres horas de risas fáciles y artículos blandos sobre edificios amistosos con el medio ambiente. Pero no, gracias a Al Gore que no. El escape que me tenía previsto fue un video de los tiempos de María Castaña con una entrevista a Julio Cortázar en la Televisión Española.

Sin dudar paré todo lo que hacía, cerré ventanas, programas, canciones y me instalé a oír –por primera vez en mi vida– a este señor cuyas palabras han moldeado mis sueños desde los doce.

Está sentado frente a mí, balanceando su peso en el reposabrazos izquierdo de la silla, con un traje de tweed marrón y un cuello tortuga crema –si la traducción cromática del blanco y negro no me engaña–, con la barba y bigote que conozco de tantas portadas. Su altura no pasa desapercibida y el tono de voz va de la mano con sus proporciones de titán. En la mesa que nos acompaña descansa su trago de whisky anónimo con poco hielo, yo con Red Label a falta de algo mejor. Ambos con cigarros en la mano izquierda, la derecha la usamos para gesticular y sostenernos la cabeza; sin darme cuenta ya estaba imitando su postura de entrevistado, treinta y cinco años después y en tiempo real.

Su discurso es calmado, constante, sin arabescos, como su prosa, con un acento que quiere decir argentino, pero que el exilio voluntario curtió de latinoamericano. García Márquez ha hablado de las erres arrastradas de Cortázar, las cuales asumí eran producto de su residencia eterna en París, pero me equivocaba, era como esos niñitos de los que nos burlamos en el patio del colegio retándolos a decir “erre con erre cigarro, erre con erre ferrocarril” sin trastabillarse. Sin duda su condición le ayudaba a pronunciar el francés perfectamente; conozco a más de uno que mataría por ello.

Política, estilo, rayuelas, jazz e historias eran el color de sus palabras, palabras que, confesó, escribe sin disciplina alguna, en eso nos parecemos últimamente, lo que no me enorgullece. Por dos horas me habló, dos horas que me dejaron mucho y se fueron muy rápido, dos horas que valen más que mil cursos y charlas sobre su obra, dos horas que hubiese perdido con algún video estúpido pero que por obra del azar hicieron que conociera a Cortázar.

De los otros demonios hablaré otro día…

5 comentarios en “Del azar y otros demonios.

  1. Desde la primera vez que escuché a Cortázar, no he podido volver a leerlo como lo hacía antes.Ahora cuando abro uno de sus libros es inevitable escucharlo recitado por él, con ese murmullo argento-francés que le sale tan bonito.Era un bueno el Julito. Trastornado, pero bueno.PS: búscate el audio de su famoso verso del capítulo 7 de Rayuela: toco tu boca… Recitado por él es una cosa de otro mundo

  2. Saúl, me ha llamado la atención tanto tu blog, que pues, me dispuse a leer un ratito, quizás bajo la misma necesidad de salir de la rutina o que se yo, lo cierto es que resultó una buena vía de escape. Leer este post significó decir: "omg , ¡asi es !" cada tres líneas, lo cual me ha enganchado aquí. Jajaja. Así que ya sabes, visitaré este blog frecuentemente . Besos.

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