Lost in Train Nation

Debe ser la trigésima tercera vez que abordo un tren de larga distanciadesde que llegué a estos lares. Y casualmente el de hoy es el recorrido que más he repetido dentro de esas mal contadas treinta y tres veces. Escribir esto se está haciendo terriblemente difícil, no porque me embargue un torrente de emociones al tratar de conformar alguna palabra, sino que escribir con lápiz y papel en un tren en movimiento es casi una misión imposible para mi motricidad fina, pero el chiste de esto es escribir durante el viaje, y después descifrar mi caligrafía de récipe médico producto del vaivén.

Decido no dormir, decido no someter a mis compañeros desconocidos de vagón a las penurias de mis ronquidos de ultratumba, pero una vez más por las razones equivocadas, no me siento generoso, sólo quiero ver el paisaje aparecer y desaparecer como diapositivas, una tras otra, a 250 kilómetros por hora, una bahía virgen, túnel, planicie árida, túnel, estación de trenes cerrada, túnel, playa de veraneo, túnel, pueblo fantasma, tren en la vía vecina, túnel, otro pueblo fantasma, túnel, más costa mediterránea. Y entre la arena, el concreto, la ropa guindada en las ventanas, los campos de olivos, siempre hay una persona distraída viendo el tren pasar, y en ese momento compartimos la eternidad de un cruce de miradas, haciéndonos reales el uno para el otro, para luego, después del parpadeo, yo continuar con mi vocación de voyeur itinerante de caminos, y él —o ella— vuelve a pensar en la diligencia que dejó a medias, en la lista de la compra, en el calor que le abraza y abrasa.

Perdido en la música que conforma el soundtrack de mi viaje sigo absorto en la ventana, inventando historias de esas diapositivas de paisaje que me embelezan, historias de las personas que abordan y dejan el tren en todas las paradas de su recorrido, historias de la azafata que con su sonrisa ensayada pasa ofreciendo auriculares a los pasajeros, historias de las conversaciones telefónicas y de negocios que se ven interrumpidas por la falta de cobertura, mientras hago un esfuerzo por dejar las razones de mi viaje guardadas en la maleta, al menos hasta llegar a mi destino. Pero el momento para sueños llegó a su fin —como todos—, acaban de anunciar mi parada.

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