Atrapado…

Estoy atrapado en Alexanderplatz, salgo de la oscura estación de metro dispuesto a patear calle y unas necias gotas de agua me cierran el paso, el pronóstico del tiempo me vendió gato por liebre, ni los zapatos que cargo son apropiados para la gracia de caminar bajo la lluvia. Derrotado, con hambre trasnochada; decido huir por la derecha y buscar comida. Los nombres de siempre inundan los pasillos, una mescolanza de olores me asalta mientras decido qué comer, reconozco palabras sumergidas en un idioma del que no entiendo un carajo, y mi arsenal idiomático, más bien pobre, me desarma ante el cajero de turno. “Ein döner kebab, bitte” digo entre dientes señalando una foto del menú, rezándole a cualquiera que sea el santo patrón de los viajeros –porque hay santos para todo– que me ayude en ésta. “Danke”, me dieron comida pero no lo que yo creí pedir, al parecer tenía que especificar el tipo de pan, pero no me quejo, no lo hago en mi lengua materna, mucho menos en una que no hablo.

Comiendo parado me divierto de lo lindo protegiendo un camastrón de cámara prestada, el bolso con mi existencia documental y monetaria, el kebab que se desarma en mis manos. Deja de llover, por el momento, me toca retomar lo que en principio había salido a hacer; caminar, caminar y si quedaba tiempo caminar un poco más, acompañado por las 3.562 canciones del Ipod y el shuffle con personalidad que me sorprende con sus ocurrencias en cada canción que decide escoger durante nuestros viajes; pero eso es materia de un próximo post.

El descanso del cielo llorón no dura mucho, me obliga a buscar otro refugio ahora que estoy fuera de la estación. La nueva espera se presenta larga, decido fumarme el tiempo viendo al aguacero de cerca, somos al menos seis personas en las mismas, unos entre libros, otros con algún café frío o una Bratwurst del tamaño de un brazo de niño. Uno de ellos decide acercarse a mi, activando inmediatamente mi alarma de desconfianza criolla, maldita sea, no me acostumbro a que de este lado del charco es muy improbable un asalto a mano armada, pero no confío igual, muchas malas experiencias, definitivamente hay algo en mi cara que le inspira confianza a los desconocidos para acercarse a pedirme cigarros, direcciones, dinero y hasta recomendaciones sobre los lugares de moda, siempre en otro idioma, e invariablemente siempre recibo esa invasión con aprensión, pero respondo de todas maneras.

Es un señor, cincuentón largo, vestido de negro y boina, con cejas sospechosamente delineadas y muñecas quebradas. Entabla una conversación unidireccional en alemán, al ver mi cara de «no te entiendo nada» pregunta, “sprechen ze Deutsche?”, “nein”, “do you speak english?”, “a little bit” digo con el acento más sudaca que puedo, no propicié el intercambio de palabras, mucho menos voy a alentarlo. Me pide si puedo ayudarlo a usar una cámara que le prestaron para su viaje; de inmediato pienso ¿por qué diablos este señor cree que tengo cualidades de soporte técnico fotográfico? Por supuesto, la súper cámara prestada alrededor de mi cuello que le grita a todo Berlín que soy un fotógrafo profesional o al menos tengo los conocimientos suficientes para manejar una. Le explico con paciencia y salivita al señor como prenderla, tomar las fotos, verlas y borrar las no deseadas. Su manera de hablar confirma mis sospechas sobre el porqué de sus cejas, no hay problema alguno, con tal que no se antoje de mi. Ya termina la clase y el señor no se para del puesto en que se instaló a mi lado, ahora empieza a interrogarme sobre mi nacionalidad y naturaleza de mi estadía en la ciudad, le respondo con diplomacia y mentiras, como ya dije, no quiero alentar la conversación a más de lo estrictamente necesario. El señor ya satisfecho y ansioso por usar su cámara, también prestada, se despide con un “goodbye my friend, thank you for your assistance”, “you are güelcom” debía mantener la consistencia de mi actuación hasta el final.

El agua se detiene de nuevo, por enésima vez en lo que va de día, ya liberado de mis labores pedagógicas retomo mi camino, la lista de edificios por ver y fotografiar es larga, ésta vez le pido a San Isidro Labrador que siga en lo suyo, de ése si me sé el nombre al menos. Enfilo hacia la puerta de Brandeburgo para empezar de una vez por todas cuando una señora con cara de estar más perdida que el hijo de Lindbergh me detiene con una sonrisa tímida y dice “excuse-moi, Parlez-vous français?” , miro al cielo pensando “Joder, you gotta to be kidding me” mientras una gotas de agua nueva deciden adornarme la cara por tercera vez en el día.

Un comentario en “Atrapado…

  1. Next time I recommend a sutil "Casse toi" to the french lady. OK, Ok, maybe thats too rude. Dios sabe que tutear a un francés es muy fuerte… "Cassez vous". And don't worry, trust me, the strongest come back you might get will be "est-ce que vous avez perdu la politesse Monsieur?".

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