Musical Voyage part I

He decidido cambiar de formato esta vez, sigue la misma voz, quizás menos dramática, pero la misma voz. No he dejado de lado lo que he venido haciendo, ni lo voy a hacer; sólo quiero darle oportunidad a alguna de mis neuronas que tiene algo que decir, una que no se preocupa tanto por el ritmo de las palabras y comas, el desenlace de eventos y escoger el adjetivo perfecto.Comienzo por lo que mejor conozco, por lo que más respeto, de lo que más hablo, la música; con miras a que aquellos que lean esto y me conozcan entiendan porque oigo lo que oigo, y los que no que al menos se entretengan conociendo la travesía musical de una persona que necesita contársela al mundo.

Desde que tengo uso de razón ha sido la música lo más importante en mi vida, y aquí mas de uno dirá: “¿y dónde queda Dios, la familia, el amor, tu carrera, –inserte la convención social de su preferencia aquí–, etc?” Vale, es verdad, son muy importantes, definitivamente más que la música, aunque para efectos de esto que hoy escribo digamos que mi universo gira entorno a la música y todas esas cosas importantes que pueden mencionar las defino y entiendo por, para y a través de la misma, y si leen toda la retahíla de ideas que vienen a continuación entenderán, o mejor dicho me entenderán quizás un poco más.

De niño mis muslos y balones de fútbol fueron mis primeros tambores, mis dedos y lápices mis primeras baquetas, mi voz una flauta improvisada mientras mis manos se entrenaban en el proverbial arte del air guitar. Mis tardes de ocio las ocupaba explorando la biblioteca musical de mi padre, revisando cada vinilo, cada cassette. Ya tenía años escuchando en contra de mi voluntad, en los viajes largos en carro o los domingos por la mañana, la trova de Silvio y Pablo, los boleros de Manzanero, la Bossa Nova de Jobím y Gilberto, las interpretaciones del folklore venezolano de El Cuarteto, y el Jazz de Ella Fitzgerald, con el tiempo los llegué a apreciar y amar como artistas y a sus respectivos géneros en igual medida que todo lo que oigo, pero a los ocho años de vida hice mi misión, entre G.I. Joes y Legos, encontrar mi música, el soundtrack de mi vida.

Simon and Garfunkel, ABBA, lo mejor de Motown con el Soul y R&B de Aretha Franklin, Diana Ross, Michael Jackson, Stevie Wonder y Marvin Gaye entre otros, Tracy Chapman, REO Speedwagon y una recopilación de Rock and Roll de los años 50, con Fats Domino, Little Richard, Chuck Berry, Bo Didley, etc, fueron los primeros discos que oía una y otra vez, una mescolanza de géneros y épocas unidas sólo por compartir el espacio del cajón de 30 x 40 x 60 cms bajo el tocadiscos de la casa; me los aprendí hasta con sus saltos de aguja ¬–algunos tenían rayones, producto inevitable de mudanzas y mi negligencia infantil–¬, los grababa en cassette para no tener que oír la radio en el carro, las tarareaba cuando no las oía, montaba conciertos en la sala, mis compañeros de clases se burlaban de mi y me bautizaron como anciano por mi particularmente excéntrico gusto musical.

Luego vino el CD y con él las Remasterizaciones –cosa que no entendí hasta años después–, los artistas nuevos y la avidez de mi padre por modernizar y actualizar su colección, aunque más de una vez sucumbió a la ganga de vinilos en remate. Al cabo de dos años había incorporado a mi repertorio a Rubén Blades con “Caminando”, “Mi Tierra” de Gloria Estefan, Chopin y Vivaldi, Santana con su “Live at South America”, “Dangerous” de Michael Jackson y algunos otros que ya no me quitan el sueño. Ya empezaba MTV a hacer estragos en mi cerebro con un bombardeo constante de música –cuando le hacia honor a su nombre– y no me escapé del Grunge, el Rock Alternativo, las Boy Bands y los miles de One Hit Wonders de los años 90, cualquier melodía o hook que me gustara se tatuaba en mi cerebro, fuese el género que fuese. Nunca compre discos, mejor dicho, mi padre no estaba muy de acuerdo en comprarle discos a un niño que cambiaba de parecer con la facilidad con que alguien se cambia las medias, “eso te va a dejar de gustar en menos de un mes y vas a olvidarte de la vaina, no gastes plata en cosas que no valen la pena” me dijo una vez en Archivo Musical, una tienda con un catálogo espectacular de música en el Boulevard de Sabana Grande, cuando me antojé del CD “Now 1”, un recopilatorio oportunista con los éxitos anglosajones del momento. “Llévate éste mejor” dijo mientras me entregaba los “Greatest Hits I” de Queen, mucha mejor opción, esa elección espontánea determinó en gran parte el camino que tomé al escoger mi música.

Llegó un día en quinto grado de primaria cuando me había convencido que necesitaba el disco “Dookie” de Green Day para ser feliz, el video de la canción “Basket Case”, con sus colores sobresaturados y los movimientos espásticos de Billie Joe mientras cantaba unas letras que no entendía y no me interesaba entender, fue una granada subliminal, quería el disco, no me importaba cómo, pero lo quería, necesitaba el poder de oírlo a voluntad y no depender de los caprichos de MTV. Creo que hablaba tanto del asunto que mi mamá me sorprendió un día al llegar a casa con la versión pirata del susodicho disco en cassette, se había tomado la molestia de pedírselo a un chico que se ganaba un dinero fácil vendiéndolos cerca de mi casa. Por supuesto pataleé porque no era original, pero no importaba, era parte de la pantomima de ser niño, tenía que protestar, igualito salí corriendo a ponerlo a todo volumen en la sala, tenía 11 años, ya era feliz.

Lo interesante del cassette, además de las canciones de Green Day que enseguida amé, fue una de las canciones extras de las cuatro que Toto –el dueño de Toto Music y autor de la obra pirata, los valencianos saben de quién hablo¬– agregó para completar los sesenta minutos de música, una versión en vivo de la canción “Delivering The Goods” de Judas Priest, tocada por Skid Row con la participación de Rob Halford. Por las llagas de Cristo que me tomó 14 años conocer la versión exacta que había oído ese día, gracias a la magia del Internet y a la paciencia de un investigador en búsqueda de nuevas especies animales en los lugares de siempre. La razón por la que esa persona escogió esa canción para completar un cassette para un niño me elude completamente, pero por lo más sagrado que fue la mejor.

Mi primera reacción al oír la canción fue: ¡Whoa! ¿Qué es esto? Guitarras über distorsionadas con sus respectivos solos vertiginosos, tiempos rápidos, voces poderosas, una batería tocada por un pulpo, todo lo que oía era nuevo, diferente y dramáticamente más interesante que los cuatro acordes de Green Day para mi mente fácilmente impresionable. Pero pasaría más de un año hasta que oyera música parecida, sin el regalo divino que es Internet, atado a los caprichos poperos de MTV y las tres emisoras decentes de Valencia; debía esperar.

Sexto grado, 12 años, 1996. Mi mejor amigo de turno llegaba de su viaje anual a USA con un disco que me volteó el mundo, “Youthanasia” de Megadeth. Esto era una versión en esteroides de aquella sorpresa de un año atrás; todo era masivo, las guitarras, los ritmos, las letras, hasta las gráficas, todo el disco tenía una atmósfera obscura que por una extraña razón me impresionó, no sé si fue la edad y tenía la idea latente, pre-adolecente, de sacarle la piedra a mis padres oyendo algo que sabía no les iba a gustar, o me hacía sentir una especie de superioridad sobre mis compañeros que todavía flipaban con cualquier hit radial, que debo admitir seguía oyendo y disfrutando como cualquiera. La canción detonante fue “The Killing Road”, una de esas rolas, como dicen los mexicanos, que te gusta instantáneamente, sin miramientos, sin dudas, la que me hizo querer tocar guitarra, la que me hizo imaginarme ante 10.000 personas en el estadio de Wembley todos los días al llegar del colegio durante el mes que mi amigo me prestó el CD, la canción que literalmente me cambió la vida.

Corto aquí para no hacer eterno el asunto, continuaré esta historia otro día, aunque todos los días sume nueva música a mi vida…

4 comentarios en “Musical Voyage part I

  1. Para los que te conocen un poquito menos…tampoco esta mal. Me gusta tu nueva faceta de escritor más personal, saulete.Soy partidaria de que cada uno se invente la religión que quiera para su vida. La música es una buena opción,…Si te contara lo que escuchaba yo de pequeña, verías lo descarriada que está la mia…jaja…Yo aun me estoy descubriendo!!.Gracias por las ayudas!&

  2. Increíble basket case y el canon de Pachelbel, ¡se me pone la piel de gallina!.Megadeth me convence, más que convence, pero Judas Priest,…soy incapaz de escuchar algo y separar de mi mente la imagen tan bizarra-gay que tienen, esos chalecos de cuero y esas cosas..uh,Internet lo ha destruido todo, buuhh, yo quiero que me graven cassettes personales con sorpresas musicales, ¡que apatía la de hoy en día!.http://www.youtube.com/watch?v=FgbXRI9sz7g

  3. Bueno, yo no tengo esa relación intensa con la música. Pero te conozco como escritor, en parte. Me gusta mucho más ahora que te "has soltado el pelo". Eres directo, natural y cercano. Nos muestras una pasión, que me encanta.Un abrazo, Saúl. ¿Nos veremos en Septiembre o por dónde andas?

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