Atando Cabos

Nadie sabía que sentía, que pensaba, no importaba tampoco, no venía al caso. Bastó verla una sola vez para saber; era ella todo lo que necesitaba.

Era él de nave ancha, casco profundo y mástil de hierro; de ojos tristes y herrumbrosos, ella, de sonrisa radiante y eterna. Un motor ruso y una tripulación de 6 manejaba sus poleas, sus redes, sus cabos. Décadas de salado mar le dieron voz a su madera, y gritando en silencio, buscaba la silueta de la joven por las orillas, con su navegar lento y vaivén constante, siempre constante.

Fue hace una semana ya, el cansancio de la faena y el descuido de la rutina le hicieron olvidar el lugar; pero no a ella, nunca a ella. Maldito el sol entrometido que con sus rayos la esconde, maldito el mar inquieto que borra sus pasos.

Si tan solo pudiera encontrar su casa, su playa, una huella, al menos; cualquier indicio de tránsito bastaba para él anclarse, orgulloso, con marea alta o baja, y velar sus sueños y amaneceres. Cualquier cosa por ella, cualquier cosa.

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