“Hoy no te voy a prestar atención”

2013-02-25 12.31.31-2

Lo tomó por sorpresa pero creía estar seguro, esa era la especie que tanto había buscado en sus viajes, y ahora estaba aparentemente frente a él. Tenía que acercarse, tenía que verla con calma, tenía que tomar fotos y notas, tenía que comprobarlo. Lentamente, para no asustarla, muy lentamente.

Siempre le fascinaron las aves y todo lo relacionado con volar. Se divertía como pocos sentado tranquilamente en alguna plaza mientras fotografiaba gaviotas pasajeras, calculaba las velocidades de aproximación de palomas o analizaba las técnicas de aterrizaje acuático de patos y cisnes. Todo había empezado cuando de niño comenzó a soñar con caídas libres y súper poderes que le permitían volar. Como todos los niños que encuentran en el subconsciente a un aliado leal, aunque impredecible, para la imaginación. Esos sueños despertaron en Piotr (se pronuncia Pió-Tor, siempre aclaraba Piotr) una curiosidad científica muy profunda, pero limitada a las aves (en un principio incluía a todos los seres vivos con la capacidad de volar, pero decidió eliminar a los insectos por su falta de gracia y el asco que le producían). Los aviones, por otro lado, junto con cualquier máquina o aparato volador tampoco interesaban a Piotr en lo más mínimo. Ni hablar de los súper poderes, que estaban a salvo en su imaginación y en la comiquitas. La magia de volar radicaba para él en la casi negación voluntaria de la gravedad, en cómo las aves parecieran decirle a las leyes de la física: “Hoy no te voy a prestar atención”. El volar era un mecanismo de defensa, de transporte, un ritual para ellas y una razón de libertad, de admiración, de paz para él. Si tan solo pudiera negar voluntariamente a la gravedad, se decía a sí mismo a veces en medio de sus observaciones.

Ahora sí podía afirmarlo, aquella paloma era efectivamente miembro de una especie muy rara que no debía encontrarse en la ciudad, con aquel clima y mucho menos entre torres de concreto. Pero ahora debía seguirla hasta la azotea de un edificio, sólo para asegurarse de no perder la oportunidad de registrar aquel inusual encuentro. Mucha buena suerte había sido encontrarla para dejarla escapar sin luchar un poco.

Piotr tenía apenas 21 años y ya podía decir que era Ornitólogo. Fue la manera más razonable que encontró de unir el futuro que se esperaba de él —ser un miembro productivo de la sociedad— con su fascinación por las aves —o la obsesión rara que tenía con los pájaros, como decía su padre—. Sus tardes de parques y plazas —mientras no estuviera en algún trabajo de campo—, armado con cámara y cuadernos de notas eran plenamente justificados y normales. Así se ganaba la vida y complacía a su familia y amigos. Él era feliz con sus aves y sus sueños de volar con ellas, porque los sueños seguían presentes, cada vez más vívidos, cada vez más vividos. En ellos ya podía volar a placer. En ellos sus caídas libres no terminaban en un sobresalto al aferrarse a la sábana y recobrar la conciencia. En ellos Piotr era un guía de aves migratorias, un instructor de vuelo para aves de rapiña, un ganador de competencias con halcones peregrinos y gorriones, un pescador con pelícanos y gaviotas, un cazador nocturno con búhos y lechuzas. En sus sueños se hacía oídos sordos a la gravedad.

Después de haber subido los seis pisos a toda velocidad, y utilizar sus credenciales como profesional de la ornitología para convencer al portero de dejarlo pasar y subir, Piotr abre la puerta de la azotea creyendo que no iba a conseguir al ave furtiva. Pero allí estaba, aparentemente muy a gusto en la tranquilidad de saber que tenía el cielo abierto sólo para ella y que no debía cuidar su comida de otras aves citadinas y de mala educación.

El joven observador se arma de su cámara y sus pasos más sigilosos para documentar el encuentro. Con cada disparo del obturador piensa que sería mejor atrapar a la susodicha para un estudio más detallado, ciertamente su investigación se verá beneficiada por eso, y paso a paso se acerca al espécimen. Ella, indudablemente ya en estado de alerta por la presencia del humano poco agraciado que camina sin ver, escondido tras un cámara, comienza a buscar su ruta de salida, acomodándose para el despegue. Él, embelesado por la oportunidad de documentar a esta especie legendaria —al menos en su círculo de colegas—, sigue caminando sin ver para atrapar al ave usando una distracción, como tantas veces lo había hecho en plazas, playas y bosques. Lentamente, para no asustarla, muy lentamente. De pronto lo acobija una ingravidez que nunca había sentido en su vida, la paloma empieza a hacerse muy pequeña a través del lente de su cámara, una brisa fría le roza la cara. Piotr comprendió entonces que sólo tenía muy poco tiempo para cumplir su sueño más preciado, su más esperado milagro, y cerrando los ojos, con el desafío de un gladiador, le dijo en voz alta a la ley de gravedad: “Hoy no te voy a prestar atención”.

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