Astromono

El gran simio ya no encuentra gracia en las luces siderales que ayer encendió. Las estrellas perdieron su encanto casi tan rápido como tardaron en nacer. Su aburrimiento entre tanto vacío se está haciendo intolerable, y eso es decir mucho para un ser eterno e infinito.

Decide entonces construir unas canicas cósmicas para distraerse. Diez esferas de distintos tamaños y colores se amontonan en sus manos negras. La primera, la más grande, empieza a arder con vehemencia; resultó inexplicablemente caliente. Busca un claro entre luceros y la coloca, ahora amarilla, mientras piensa qué hacer con las demás.

Toma las restantes y sin paciencia orquesta movimientos elípticos alrededor de la primera bola incandescente. Observa complacido como sus juguetes nuevos, poco a poco, empiezan a bailar a ritmos de canciones distintas. Cada uno en su carril. Cada uno a su tiempo.

Pero bañado en el gozo del divertimento el primate estelar advierte algo. Una elusiva y pequeñísima canica permanece todavía en sus manos. La arroja con desgano al final de su sistema y ésta decide tomar un carril excéntrico, más por raro que por fuera del centro.

El mono galáctico reconoce que el juego no se ve tan elegante como antes de la última adición, pero la canica rezagada hace las cosas más interesantes. Poco sabía el mico creador que unas personitas que aparecieron, por generación espontánea, en la tercera esfera iban a pasar su corta existencia tratando de sacarla del juego de canicas. Le llamaban Plutón.


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