Barcelona Blues

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Los pasos se empiezan a hacer cada vez más pesados mientras avanza por la arena. Le pesan las piernas, los pies luchando con el terreno, los brazos que arrastran la pequeña maleta donde lleva una parte de su vida. Otros días, en otras playas esa resistencia a su caminar no le cansaba, no le preocupaba, no le hacía dudar, como hoy. Piensa que quizás precisamente hoy es la primera vez en mucho tiempo en que siente el blues como hay que sentirlo, con el alma desnuda por el miedo y la incertidumbre, si tan solo pudiera guardar un poco de este sentimiento en una botellita para usar en el futuro. Agradece el sentido común de no traer su guitarra a cuestas en estas condiciones pero al mismo tiempo hubiese pagado millones por la posibilidad de tocar una con esta vista y con esta inpiración. Las ruedas de la maleta están por rendirse, a punto de quejarse en voz alta de que no están hechas para recorridos playeros, pero resisten y él quiere creer que se debe a su fuerza de voluntad. No perdió toda la que le quedaba en el camino desde Manila hasta aquí, pensaba manteniendo la inercia de su caminar.

Ya perdió la cuenta de cuanto tiempo tiene sin dormir, aunque sí está seguro que son más de veinticuatro horas, la última etapa del viaje le preocupaba mucho como para tomárselo con tranquilidad y descansar. La experiencia de familiares y amigos nunca ayudan a crearse expectativas reales, pero su éxodo se había convertido en el tema preferido de sus allegados durante su último mes en casa. Llegaba a Barcelona con una lista de contactos de primos lejanos, primos cercanos, amigos perdidos, ex novias, tíos, posibles socios, conocidos de la familia extendida y hasta un pequeño censo de indeseables y malas hierbas. No podía negar que tener al menos a quien llamar en caso de emergencia le brindaba una pizca de paz.

Debía parar un momento, ya lo había logrado, ya estaba caminando por una playa de Barcelona como se lo había prometido hace unos años, ya podía permitirse un breve respiro. En silencio observa cómo el primer sol de su nueva ciudad empieza a hacer su ascensión, cómo el primer día de su nueva vida va despertando desde el Mediterráneo. Se percata del persistente rumor del romper de las olas y su vaivén rítmico, constante, perpetuo. Nunca había oído al mar de esa manera, nunca había apreciado su silencio tan ensordecedor, la música de su espuma y su gaviotas. De donde venía el tiempo era un lujo, el silencio una leyenda y el espacio un mito. De donde venía no era lugar para vivir amaneceres solitarios a la orilla del mar. Aquí podía llenar ese silencio y esa soledad con su música, con sus melodías y con las de tantos que vinieron antes de él. Una vez más se arrepintió de no llevar su vieja guitarra, pero el blues sí estaba con él y en esta ciudad y eso era lo importante.

Llegó a estas orillas con prospectos de trabajo decente y bien remunerado, con planes de ver mundo y aires nuevos, con ganas de crecimiento personal y un oficio digno y para toda la vida, y siempre encontraba los lugares comunes que su familia quería oír para hablar de su partida. No mentía, pero él prefería ser selectivo con la verdad para evitar conversaciones redundantes y oídos sordos. Lo que realmente quería era cantar blues, tocar una guitarra eléctrica como Stevie Ray Vaughn, Eric Clapton o Jimi Hendrix, hablar con dolor y voz profunda de amores que nunca tuvo, de trabajos que nunca hizo y de lugares que no ha conocido todavía y quizás no llegue a conocer. En un mundo perfecto él estuviese haciendo este paseo mañanero a orillas del Mississippi, respirando el olor dulce del agua y añorando la sabiduría negra de la voces del auténtico blues. En ese mismo mundo perfecto la diáspora filipina de sus familiares y amigos hubiese escogido Estados Unidos en búsqueda del sueño americano. En el mundo real su lista de contactos había escogido Barcelona como el terreno para echar raíces. Era él quien llegaba tarde a la única fiesta para la que tenía invitación. Esa inevitabilidad de la vida de presentarte opciones que no son precisamente las que queremos ni las que necesitamos sino las que quedan, sí es que somos lo suficientemente afortunados de tener opciones.

Fuese un mundo perfecto o no, él estaba en paz. Feliz era una palabra muy compleja para este momento en su nueva vida, con muchas variables. Hasta ahora su vida era arrastrar una maleta por la arena, ver al sol empezar su jornada laboral y pensar en la guitarra que no traía consigo. Un día a la vez, iba a empezar a repetirse como mantra. La guitarra vendrá, prestada, comprada, de segunda mano, rescatada. Trabajo conseguirá, gracias a los contactos, a la suerte, a su currículo, a sus ganas, quién sabe. El sol saldrá de nuevo mañana y las olas seguirán yendo a dormir a las arenas de la Barceloneta así no haya un emigrante recién bajado del avión para asegurarse de ello. La voz y el blues ya los tiene, esos sí se vinieron en el equipaje.

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